Mientras
el ponente de la primera jornada se extendía en su disertación, yo
miraba, inmóvil como un camaleón, a izquierda y derecha: dos
congresistas de cine rozaban mis antebrazos sutilmente. El
catedrático trazaba un símil entre las dos grandes heroínas de la
novela del diecinueve; yo cruzaba fronteras prohibidas entre aquellas
piernas de oscar que lucían mis compañeras de fila. Cuando la
conferencia alcanzó el cenit y la audiencia asentía con éxtasis
los argumentos melodramáticos del orador, la mano de una de mis
excitantes vecinas alcanzó la mía y la posó en la orilla de su
sexo. La otra acompañante sentada a mi izquierda, simultáneamente,
rasgueaba con la yema de los dedos mi entrepierna. Los asistentes
quedaron prendados del arrojo de Ana Karenina y Emma Bovary. El viejo
profesor arrancó vivamente los aplausos de un público entregado. En
cambio yo, sin discrepar del gozo de la concurrencia, seguía
entregado, desde la última fila del salón de acto, a la seducción
de Sharon Bellucci y a la voluptuosidad de Monica Stone...A veces te
pasan cosas que sólo ocurren en las películas.
Bocanegra
30 de noviembre de 2012
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