Margarita
y los nueve enanitos
Margarita
era muy mona, muy sensual, muy cálida. Los orgasmos de Margarita
eran famosos en todo el patio y al arrullo de sus baladas nocturnas
se amaban las parejas y se acariciaban l@s solitari@s. Todos y todas
la envidiaban y la deseaban y cuando bajaba por la escalera y salía
a la calle deslizándose naturalmente como una pantera, la rutina
diaria se olvidaba y se llevaba prendidas en su talle todas las
miradas. Un mal día, Margarita, tan afortunada para todo, tuvo la
mala fortuna de sufrir un accidente doméstico: trajinando en la
cocina se rebanó un dedo, el cual, aunque llegó entero junto con su
dueña al mejor hospital de la ciudad, no pudo ser reinjertado.
Apenas estuvo tres días Margarita muy triste en la casa de salud y
la gente que acudía a visitarla le decía: Margarita no estés
triste, si tienes nueve más. Al fin dieron el alta a Margarita que
regresó nostálgica a su casa. Los días fueron pasando, y las
noches, y a medida que éstas trascurrían los vecinos iban echando
algo de menos, y Margarita también, porque no fue hasta llegar la
noche y entrar de nuevo en su cama que comprendió que no sólo había
perdido un dedo sino a su amante, porque tras intentarlo con todos
los otros nueve se dio cuenta de que no era lo mismo, de que no
sabía igual, era mucho menos gustoso, y entonces estalló en un
grito desgarrador que casi se pudo oír en tres manzanas a la
redonda; ¡¿por qué tú y no cualquiera de los otros nueve?!
Dedicado
a mi amigo Bocanegra
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