El alboroto partía de mi biblioteca.
El zumbido, similar al de un enjambre de abejas gigantes, era ensordecedor y se
acompañaba de golpes secos sobre paredes y muebles. Cuando abrí la puerta,
rozaron mi cabeza varios libros con las pastas abiertas dando aletazos como
cuervos, buscando una salida. Por toda la habitación revoloteaban cientos de
tomos que, despegando desde las estanterías, se mantenían en el aire o se
posaban en los más diversos lugares. En sus vuelos, dejaban caer deyecciones en
forma de notas manuscritas (que yo suelo intercalar entre las hojas) o de
marcadores de lectura. Me vi impotente para organizar el caos ya que
sobrevolaban en zigzag dificultando su aprehensión. Descorrí el amplio ventanal
y los libros tomaron la calle formando una gran bandada que se perdió en
lontananza. El suelo quedó cubierto de plumas, perdón, de hojas.
Sólo uno de
los libros se mostraba remiso a abandonar su estante: una biografía de
Hitchcock que yo acababa de adquirir. Desde la cubierta, su rostro me sonreía pícaramente.
Imagen tomada del blog de la Biblioteca General de la UPV
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